miércoles, 21 de diciembre de 2011

El paso de tiempo y sus frutos

Cuando era pequeña me encantaba que llegasen estas fechas. Todo era paz y armonía. Dividíamos las fiestas entre la casa del pueblo materna y el piso de los abuelos paternos. Dependiendo, si un año íbamos al pueblo en Nochebuena, la Nochevieja la pasábamos con los abuelos paternos o al revés.
La Nochebuena siempre fue algo muy familiar. No salimos ni cuando éramos adolescentes, no porque no nos dejasen , es que nunca nos apeteció. Era algo para compartir con los tuyos, una noche de buena comida, buena charla, buena compañía, buen riego interior, guitarra, cánticos, turrones y demás dulces navideños y muy buen humor.
La verdad es que teniendo eso, no nos llamaba la atención el salir después de la cena.

Por la noche venía Papá Noel, a dejar una tontería, porque mi madre siempre nos hizo ver que ella era ante todo MONARQUICA.
La ilusión de la mañana no nos la quitaba nadie, por mucho que dentro del paquete hubiera unos calcetines. Que trasladado a día de hoy, es causa de mofa cada vez que alguien abre un paquete y se encuentra las fantásticas fundas para pies.

Ibamos a casa de los abuelos con una sonrisa en la cara, a ver qué nos había dejado el gordo vestido de rojo, y siempre había algo, que guay!

La comida de navidad se celebraba con la misma gente para acabar el copioso menú de la noche anterior.

Desde la perspectiva de un niño, las Navidades molaban mogollón.

Va pasando el tiempo y las cosas cambian. No es que no me guste la Navidad, que sí, me encanta, pero se ve todo desde otro  punto de vista.

Aquellas cenas rodeada de toda la gente siguen haciéndose pero cada año que pasa, suele haber un hueco en la mesa que nadie ocupa.
Te vas dando cuenta de que la gente no era verdaderamente como parecía ser, o como tú lo veías con 9 años, y eso decepciona.
Tu gente sonríe, pero con menos fuerza que hace 10 años.
Las fiestas siguen siendo motivo de reunión, pero probablemente lo pasemos mejor cualquier otro día que ese en concreto.

Cuando verdaderamente te das cuenta de si te gustan o no estos días es cuando estas lejos de casa, o en la misma ciudad pero en tu puesto de trabajo. Te da rabia, no poder compartir esa comida o esa cena. Es un día más, pero el ambiente navideño consigue provocar en ti una sensación de melancolía absurda que por lo menos en mi caso, me mata por dentro.

Este año, después de 3, voy a poder estar en todas las mesas que se pongan, ocupando mi hueco habitual. Y eso me pone contenta. 

1 comentario:

  1. A mí de pequeña también me flipaba, porque nos reuníamos ciento y la madre y éramos un montón de niños... Pero ahora los mayores son muy mayores, los jóvenes ya no somos niños... y en mi familia son más sosos que un guisante. Al final acabo cabreándome al ver sus caras de moco protestando por la comida (son así. Mi madre toda la tarde cocinando y se atreven a tocar las pelotas). En fin, que a mí me molan las lucecillas de las calles y tal, pero la Navidad en mi casa me da igual. Y no lo digo con amargura ni mucho menos. Somos así, no hay más vueltas. Eso sí, este año mi sobri dará más alegría (que el año pasado tenía solo 3 meses) y se notará. Feliz Navidad!!

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